Aruba, Caribe profundo

06 de Noviembre de 2008 11:21pm
godking

Por: Diego Cúneo

Aruba. La frase One Happy Island se repite a cada paso en este país. Está en los anuncios publicitarios, en los folletos turísticos, en las remeras que se venden en las ferias artesanales y hasta en las patentes de los automóviles. Y la expresión no sólo se lee en cada rincón de esta pequeña isla caribeña, sino que también se percibe a cada momento; se advierte en la cara relajada de los visitantes, en el trato gentil y amable que dispensan sus habitantes, en la pintoresca arquitectura de sus casas y hasta en la seguridad y tranquilidad de sus calles a toda hora.

No extraña, entonces, que esa sensación de felicidad se contagie apenas se pone un pie en el moderno aeropuerto Queen Beatrix, de esta capital, y que perdure mientras uno recorre la cambiante y heterogénea geografía arubiana.

Esta pequeña isla, de 184 kilómetros cuadrados y ubicada apenas a 24 de la costa venezolana, tiene todo para provocar ese estado de bienestar tan común aquí; o al menos para acercarse un poco al concepto: largas playas de arena blanca, un mar de verdes y azules indescifrables, clima casi perfecto (la temperatura anual promedio es de 28 grados, prácticamente no llueve y está fuera de la zona de huracanes), actividades para todos los gustos, diversión asegurada casi todo el día y mucha, mucha buena onda. ¿Se puede pedir algo más?

Claro que no siempre fue así. Considerada durante muchas décadas como una tierra sin futuro, su descubridor, el español Alonso de Ojeda llegó aquí en 1499 y no dudó en bautizarla junto son sus vecinas Bonaire y Curazao como Islas Inútiles, debido a su aridez y sus casi nulos recursos económicos.

Despoblada por los propios españoles -se llevaron a sus habitantes originales, los indios arahuacos, a trabajar en las minas y plantaciones de Cuba y Jamaica-, fue abandonada a su suerte, hasta que 137 años después los holandeses tomaron posesión y comenzaron a usarlas como punto estratégico en el comercio de la región.

El descubrimiento del oro en el siglo XIX y del petróleo ya a principios de 1900 les dio el impulso tanto en el nivel poblacional como de desarrollo urbano, como para comenzar un lento crecimiento. Pero fue después de la mitad del siglo pasado que el turismo hizo su irrupción en la isla con la llegada, en 1957, del primer crucero de lujo, el Tradewinds, y la apertura, en 1959, del hotel-casino Aruba Caribbean.

Entonces todo cambió: la segunda en tamaño de las ex Antillas holandesas se transformó de pronto en el punto elegido por los viajeros acomodados de Europa y los Estados Unidos, que encontraron en este pedazo de naturaleza agreste su paraíso particular, a tal punto que muchos de ellos decidieron establecerse en la isla y transformarla en su hogar. De ahí que los arubianos sean hoy un verdadero caleidoscopio de razas, nacionalidades, religiones, costumbres y lenguas que conviven en cordial armonía.

Y no extraña, pues, que en medio de tanta diversidad hasta la misma geografía se haya encaprichado en mostrar varias fisonomías juntas.

Por un lado, está la cara más glamorosa de Aruba, la que encanta a los visitantes de todo el mundo y que se puede apreciar en toda su dimensión en el sector oeste. Con playas de aguas calmas salpicadas aquí y allá por palmeras y los famosos divi-divi (esos arbolitos tan particulares que están inclinados en dirección del viento), tiene su comienzo en la pintoresca Oranjestad con sus construcciones típicamente europeas, y continúa hacia el Norte, con un sinfín de hoteles y resort que van alternando con campos de golf, barrios privados y complejos de condominios de lujo.

Es sobre este lado que también se encuentran los restantes núcleos urbanos, que comienzan en el Sur, con la multifacética San Nicolás y su famosa destilería de petróleo Valero, a la que le suceden, hacia el Norte, Brasil, primero, y Savaneta, Pos Chiquito y Barcadera después. Es en esta zona donde se asienta la Aruba autóctona y tradicional y donde bien vale la pena detenerse para conocer las costumbres y tradiciones de los arubianos.

El lado este tiene el encanto salvaje de las geografías desérticas. La costa rocosa (Aruba es una isla de origen volcánico) deja espacios aquí y allá a pequeñas playas muy rústicas de mar bravo que se van perdiendo en un horizonte de cerros pedregosos regados de cáctus y arbustos resecos.

Cuevas con pinturas rupestres, formaciones rocosas (el famoso Puente Natural sobre el mar se derrumbó hace algunos años, pero muy cerca hay otro más pequeño pero igualmente encantador), piscinas naturales y decenas de maravillas naturales se confunden aquí y allá entre los límites del Parque Nacional Arikok. Aquí prácticamente no hay infraestructura y los pocos barrios que se encuentran en la zona están bastante dispersos, pero por las calles y caminos abundan grupos a caballo, cuatriciclos o bicicletas. Todos haciendo honor al lema de la isla. O al menos intentándolo.

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