Bayamo de sol a luna
La ciudad de Bayamo, capital de la oriental provincia cubana de Granma, despierta temprano, aunque no para apresurar amaneceres. Se anticipa al sol porque no quiere que sus luces cometan la indiscreción de descubrir el polvo pendiente del día anterior. Se trata de una ciudad meticulosa. Desde las cinco de la mañana, aproximadamente, sus calles, parques y paseo –no le dicen bulevar- se convierten en escenarios de una sinfonía espontánea de escobas y brilladores.
Antes de que los pies se coloquen en los zapatos y los zapatos se coloquen en los caminos, ya los esplendores de los suelos exhiben la impronta de una brigada madrugadora que muy pocos alcanzan a encontrar. Cada jornada inicia con la justa exaltación de la limpieza.
Para los ojos nativos es probable que un entorno sin folletos promocionales o sobres de alimentos no suponga motivo de asombro. Suele ocurrir cuando lo extraordinario se torna cotidiano. Pero si los ojos provienen, por ejemplo, desde La Habana, no podrán menos que extrañarse ante el impecable destierro de desperdicios. Cualquiera podría creer sin demasiado esfuerzo imaginativo que se encuentra cobijado en una casa de muñecas. Y no en una desvencijada tras horas miles de juego. Una casa de muñecas como las que descansan en las repisas bajo la estricta custodia de adultos nostálgicos de su infancia.
Una ciudad con 500 años candentes de historia, aunque no se comporte como un museo convencional porque mucha gente la viva y visite, debe expresar el halo sublime de un museo. Lograr combinar la conservación estructural de la casa sobre la repisa con el espíritu de la casa desvencijada. Conciliar el pasado y el presente sin que uno reduzca al otro. Permitir a quienes la habiten y recorran interactuar con sus espacios y construcciones. Agarrar sus cinco siglos de existencia y recrear con sus innumerables historias la identidad de la región. Eso es, exactamente, lo que distingue a esta villa.
Sin temor a absolutismos se podría afirmar que Bayamo se define a partir de la relación con su historia. Es tal el sentido de pertenencia que expresan los bayameses hacia ese pedazo vital del Oriente cubano, que no hay dudas de que serían capaces de ofrendar otra vez su ciudad a los brazos del fuego, si se hallaran ante una encrucijada similar a la que enfrentaron sus antepasados, el 12 de enero de 1869. Las mujeres y hombres de hoy se moldean con el mismo barro. Se les nota en la mirada, las palabras, gestos, maneras de caminar. El orgullo emite latidos intensos, pero sin desesperar en vanidad.
Todo mundo que se adentre en ese épico paraje de la geografía insular, podrá encontrar en las generaciones contemporáneas la misma esencia decisiva que proporcionó a los decimonónicos el coraje necesario para volver cenizas su pueblo, antes de entregarlo a los invasores y perder la independencia ganada meses atrás.
Es debido a esa audacia protagonizada hace casi siglo y medio, que la Ciudad Antorcha –como fuera bautizada en algún momento-, no exhibe hoy una arquitectura colonial, fiel al siglo XVI, cuando fue fundada por Diego Velázquez. El incendio arrasó con una parte significativa de las edificaciones. Los bayameses solo dejaron ruinas y escombros para las tropas españolas que pretendían reconquistarles. Y la decepción debió haber sido descomunal, porque el resurgimiento de entre las cenizas tardó bastante en suceder. No fue hasta finales del XIX y principios del XX, que Bayamo empezó a erigirse sobre sus restos calcinados, mediante un proceso de reparación y construcción que le permitió recuperar su vitalidad.
En el presente, entre los inmuebles que sobrevivieron a las danzas frenéticas del fuego resaltan la Iglesia Parroquial Mayor San Salvador, que es la única en el país con un atrio donde aparece representada una escena patriótica; la Plaza del Himno, donde se cantara en público por vez primera –el 20 de octubre de 1868- La Bayamesa, marcha sediciosa compuesta por Pedro (Perucho) Figueredo y que devino Himno Nacional de Cuba; el Museo Casa Natal Carlos Manuel de Céspedes; el Primer Ayuntamiento Libre de Cuba; la Alcaldía de Bayamo y la casa natal del músico Manuel Muñoz Cedeño, entre otros, hasta completar los 130.
Más allá del Centro Histórico, uno de los sitios modernos que mejor describe a la ciudad del siglo XXI es el Paseo de Bayamo, localizado en la avenida General García. A lo largo de esa arteria aparecen múltiples instituciones, viviendas particulares y establecimientos gastronómicos, comerciales y recreativos. Mercados con ofertas que confirman el desarrollo industrial del municipio granmense; cremerías para adultos y una especial para niñas y niños; restaurantes con diversas opciones culinarias; el Piano Bar; la Academia Profesional de Artes Plásticas Oswaldo Guayasamín; el Museo de Cera, que reúne a personajes locales y universales como José Martí, Bola de Nieve, Ernest Hemingway, Polo Montañés y Rita Montaner, y la Casa del Joven Creador de la Asociación Hermanos Saíz. Son estos algunos de los lugares que más atraen a los visitantes y que concentran la cotidianidad bayamesa. Más que una sucesión de calles, el Paseo representa un punto de encuentro, privilegiado por un diseño creativo del espacio y una minuciosa ornamentación.
Cuando la luna se asoma a Bayamo, cierta calma pacífica se instaura. La ciudad recuerda a un candil que se adormece. Los visitantes pueden desandar los caminos sin reservas, explorar, deambular, como si estuvieran en una casa conformada por varias casas de una misma familia.
Es posible escuchar algún que otro alboroto aislado de un grupo de amigos, el llamado ocasional de un nombre, la cadencia de los coches típicos que halan los caballos, la música proveniente de un centro recreativo… Sin embargo, lo que prevalece siempre es la calma. Precisamente por eso cualquier alteración se percibe más de lo real. Nadie podría imaginar que esa ciudad tan quieta es la misma que supo arder hace casi siglo y medio. La celebración de su aniversario 500, el próximo 5 de noviembre, quizá sea la oportunidad idónea para juzgarla con ojos propios.