La Antártida ya empieza a sentir los efectos agresivos del turismo de cruceros
Argentina. Con el deseo de conocer una de las pocas zonas no contaminadas del planeta, cada vez son más las personas que, en vez de embarcarse en un crucero por el Caribe, prefieren navegar por la Antártida. Pero varios accidentes marítimos hacen pensar que la travesía podría llegar a perder su pureza, y que los pingüinos están recibiendo demasiadas visitas.
El boom de cruceros a la Antártida se inició a principios de los ‘90 y desde entonces no cesó de crecer. En los últimos 16 años, el número de viajes aumentó más de siete veces: de 35 en la temporada 1992-1993, se pasó a 258 el verano pasado, con un total de 44.605 pasajeros.
El impacto del turismo en un continente preservado para la paz y las actividades científicas puede ser acumulativo, sobre todo en las colonias de animales. Pero los mayores riesgos se presentan durante la navegación, y han aumentado por el calentamiento global.
En la península Antártica, la temperatura ha aumentado en promedio 2,5° en los últimos cien años, lo que produce fracturas en las barreras de hielo. El gran témpano no es un problema, porque se ve de lejos; pero sí los intermedios, que son lo suficientemente duros como para dañar el casco de un rompehielos o hundir un buque. En menor medida, la actividad sísmica y volcánica provoca afloramientos rocosos que pueden no estar en las cartas náuticas
Los cruceros descargan en el mar un promedio de 20.000 a 40.000 desechos cloacales por expedición, y sólo una parte es tratada. Muchos arrojan también los desechos de lavandería, lo que hace aún más dañina y nociva su presencia en esos mares blancos y hasta ahora limpios de impurezas.